Es impresionante constatar como los grandes discursos son intemporales y aunque pronunciados hace mucho tiempo siguen conteniendo reflexiones de gran utilidad para nuestro tiempo. Un buen ejemplo es The man in the arena pronunciado por Theodore Roosevelt en la Sorbona de París, el 23 de abril de 1910, y por el que, como se puede comprobar, no pasa el tiempo.
Póster de Teddy Roosevelt de "The man in the arena" |
A continuación el fragmento más notable y famoso del discurso:
"No importan las críticas; ni aquellos que muestran las carencias de los hombres, o en qué ocasiones aquellos que hicieron algo podrían haberlo hecho mejor. El reconocimiento pertenece a los hombres que se encuentran en la arena, con los rostros manchados de polvo, sudor y sangre; aquellos que perseveran con valentía; aquellos que yerran, que dan un traspié tras otro, ya que no hay ninguna victoria sin tropiezo, esfuerzo sin error ni defecto. Aquellos que realmente se empeñan en lograr su cometido; quienes conocen el entusiasmo, la devoción; aquellos que se entregan a una noble causa; quienes en el mejor de los casos encuentran al final el triunfo inherente al logro grandioso; y que en el peor de los casos, si fracasan, al menos caerán con la frente bien en alto, de manera que su lugar jamás estará entre aquellas almas que, frías y tímidas, no conocen ni victoria ni fracaso."
En la película dirigida por Clint Eastwood "Invictus", basada en el libro de John Carlin, "El Factor Humano" (Playing the Enemy: Nelson Mandela and the Game That Changed a Nation); Nelson Mandela entrega al capitán del equipo de rugby de Sudáfrica, los Srpingboks, durante la final del Mundial de Rugby de 1995 que luego ganarían, una copia de un poema de William Ernest titulado precisamente así "Invictus". Se trata de una licencia del gran director, ya que en realidad lo que el Presidente entregó a François Piennar fue una copia de The man in the arena.
Invictus
En la noche que me envuelve,
negra como un pozo insondable,
doy gracias al dios que fuere
por mi alma inconquistable.
En las garras de las circunstancias
no he gemido ni llorado.
Ante las puñaladas del azar
si bien he sangrado, jamás me he postrado.
Más allá de este lugar de ira y llantos
acecha la oscuridad con su horror,
no obstante la amenaza de los años
me halla y me hallará sin temor.
Ya no importa cuán recto haya seguido el camino,
ni cuántos castigos lleve a la espalda,
soy el amo de mi destino,
soy el capitán de mi alma.
William Ernest
William Ernest
Mandela entrega a Pienaar la Copa del Mundo de Rugby de 1995 |
Dos grandes piezas muy útiles para reflexionar en estos tiempos difíciles.
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